La Noche pesa en los ojos, pero intentamos seguir en pie, desafiando al sueño, al dolor, a las canciones, a la nostalgia. ¿A qué? A todo y a nada. La nostalgia vive en uno como lombriz solitaria, se esconde a veces, y otras ruge desde el pozo de nuestro yo. Lo cierto es que el tiempo es implacable borrando heridas. Heridas abiertas y sangrantes que un día sanarán. Esa sangre roja en tu mano sanará. Esa cicatriz será sólo nostalgia, ¿de que? De un tiempo abolido por el Hoy.

La Luna grande y redonda, novia esbelta de La Noche, vive en lo alto. Me recuerda que al unísono miles de ojos miran la misma, la única luna que hay. Fumo un cigarrillo mirando fijamente esos ojos que creo ver a través de La Luna. Ojos de Malasia, ojos de Turquía, ojos de Andalucía, ojos de Florida, ojos de Nueva Zelanda, ojos de los Campos Elíseos, ojos del Mundo que no conozco todavía. ¿O seré sólo yo quien mira ahora?

Bah, pretensión de exclusiva. Cuando en casi nada lo somos, cuando nos descubrimos tan simples como otros, tan básicos. Cuando amamos con el mismo rigor o desvergüenza, con el mismo llanto y la misma liviandad.  Así vamos, por un mundo que como espejo refleja nuestros rostros gastados por la broma, por la desazón de un martes cualquiera que intentamos memorizar como día notable, mientras morimos de alguna manera bajo la oscuridad de un cine, en el silencio de una melodía, al fondo del post-orgasmo. Sólo nos salva de nosotros mismos la pequeña reconciliación con el sentir. Y eso ¡qué lejos está a veces! Tanto como La Luna, que en lo alto, desposada feliz de La Noche, viste su traje largo, y siento que nada es más perfecto que su redondez intocable.

Noche: Cubre toda la nostalgia del mundo, borra de la mente de los hombres por un segundo el pensamiento, y devuélveles el sentimiento. Bésalos en un abrazo, abrázalos en un beso que dure un instante, pero que baste para recorrer el mundo y volver con los pies cansados y felices. De sentir. Libertad momentánea, pero eterna.

Así viajamos, en busca de ese instante, como locos átomos descoordinados flotando en una noche metafísica junto a los recuerdos de rostros amados, manos amigas, libros apetecibles, helados muy dulces y dinosaurios imaginarios. Hasta que podamos convertirnos en moléculas del amor. Como La Luna y La Noche.