Foto 3: EL CUERPO 

Me desnudé para recuperarme, casi me perdía dentro de las ropas, apenas oía el latido suave del corazón, rítmico. Me desvestí y no me miré en el espejo, pero ahí estaba la piel, joven aún, como puede no la vea dos veces, es como el río.

Ayer cuando me bañaba noté que su color no era el mismo, la luz del bombillo incandescente le daba una tonalidad sombría. Después del baño la piel fue más blanca y suave. Como es luego de todos los baños de los días anteriores. Sin embargo, aquella piel y ésta eran distintas. Mi Cuerpo era un traje que respondía a las exigencias de un espacio donde yo era otro objeto, donde la luz, la temperatura, la hora, los colores de los otros objetos, dirigían el camino para que él, mi Cuerpo, mutara discretamente, sin necesidad de una increíble cantidad de años.

Mi Cuerpo era una cosa viva. Con él interactuaban otras energías, otros cuerpos. Era amarillo: cuando la luz del sol caía con la fuerza de un mediodía; verde: en la habitación de Joan, con sus verdes bombillos; o pálido: en invierno. Mi Cuerpo que sentía calor, frío, hambre, ganas de dormir, que se erizaba y atraía por ciertos cuerpos, se hería y sanaba, guardaba marcas, tendría otras nuevas, tuvo algunas que ya se borraron. Un Cuerpo dueño de sí mismo.

¿Si no puedo impedir que el Cuerpo tenga hambre cuando no quiero comer, o que se duerma cuando prefiero ver la madrugada? ¿Si no puedo impedir que la luz del sol lo ponga amarillo… entonces?

Mi traje tenía vida propia, historia separada de mí. Si esto era cierto, yo no era mi Cuerpo. Si esto también era cierto, yo no era yo, o lo que materialmente era concebido que yo fuera: Cuerpo.

Foto 2: LA MENTE     

De inmediato recurrí a la encargada de que estuviera pensando todo esto y no cosas más sencillas. Como todo parte del razonamiento, decidí que yo era mi Mente. Por ella reconocía que ese Cuerpo era mío y también por ella ahora lo había visto otro, dueño de él. Pero mi Mente estaba sujeta a la apreciación exterior-interior del mundo, creado por la acumulación de experiencias personales y ajenas: la mezcla compacta de todo lo que existe. Mi Mente era el resultado de esa apreciación mía y universal, en ella incidían factores externos a mí como esas manías que nos quedan de los que tenemos cerca: hacerse una cruz de saliva en el pie cuando tienes calambre, como sugería mi abuela; si alguien tiene sed preguntar: ¿ce de coco?, si te dicen: coge la cabilla, imaginar cualquier cosa menos el metal que sirve para construir. En fin, la Mente llena de lógica que vamos recogiendo y guardando en una caja. No es pura, en ella confluyen otras mentes. Eso no puedo ser yo, una Mente que piensa sin mi autorización.

Foto 1: EL CORAZÓN  

En verdad a muchos le agradaría oírme decir: «Yo soy mi Corazón». Pero si uno fuera Corazón, los trasplantes fueran cambios de identidad. El Corazón es un órgano que bombea sangre al cuerpo. El Corazón es un órgano y ya.

Foto 0

Reducirse a cero es una extraña sensación. Me tocaba y no me sentía. Era como si yo estuviera en otra parte, encima del cuerpo, alrededor de él; como si dentro de la habitación yo fuera todo el espacio vacío que quedaba entre los objetos y mi cuerpo.

Aún más, yo era el cuarto entero, estaba dentro del ventilador Natonic que echaba fresco a mis piernas, estaba en el cuadro de la mujer con el corazón en la ventana, en mi oso Pedrito, en las piedras que he recogido por las calles de esta ciudad, en la luz, en la luz de los cristales de la ventana que ponía a mi cuerpo un tono sepia; estaba en el espejo, no porque me mirara, estaba en el espejo porque viéndolo reconocí mis imágenes dentro de él. Era yo una ventana con vistas a la ciudad, una ciudad llena de gentes que caminan y comen, estaba en la loma del Capiro con David el agosto virgen de 1995, en la piscina fría donde me obligaban a nadar de niña, soy la fina arena de la playa de Guanabo donde pasaré las vacaciones, los dibujos que los niños hacen sobre mí, la sonrisa de mi madre cuando me case con Joan, sin traje de novia y con el pelo verde, seré el abrazo de mi hijo y su olor a mierda fresca en la cuna, estaré en la blanca nieve de Toronto, en la torre del convento que tocarán los transeúntes de París, estuve en San Diego cuando mis amigos comían comida china, soy los palitos con que Jones aprenderá a comer, la servilleta que se quedó sin usar en un restaurante persa, estoy dentro del útero materno de todas las madres que están por parir, estamos en John Malkovich desde Spike Jonze en una butaca del cine Acapulco, en Borges y las páginas de Borges, en la muchacha que se masturba leyendo un cuento: mi cuento, en el Aleph inventado en una hoja, que antes fue mente, que antes fue Aleph, en la incapacidad de ser mejor que el ciego, estás en las letras que son las mismas, las únicas que existen, en mi libro de recetas malignas, en mi odio a los árboles de Navidad con sus cheas impersonales imbéciles guirnaldas, en la falsa felicidad, eres mi deseo de apodérame de los OJOS, estás en la fingida creencia a comprenderme, están inventándome, detenidos ante mi próxima frase sin saber a dónde voy, estás en mis tenis azules retro, mis ropas blancas, mi lunar en la nariz, en esta boca que fuma y lee, dentro de mi blusa tratando de ver mis senos, eres: aplaudiéndome, deseándome, odiándome, burlándote, son mi barba de tres días, mis ojos verdes, lo parecido a una canción de Sabina, a un proverbio hindú, mi pelo largo y rubio, mi piel negra como un verso de Guillén, eres mi final para comprometerme, fuiste, serás, seremos, soy: Un inventario que me regresó al mundo.

Me miré en el espejo: el cuerpo es un vestido caro por exigente. Tuvo sed mi cuerpo y tomo vino, ron, cerveza, limonada, café, agua. Tuvo ganas de leer y leí a Cortázar, Borges, Pessoa, Hemingway, catálogos de Arte Cubano, cuentos del chino y de Leo. Pensé en lo que sentía al descubrirme X, pensé con los más inimaginables modos de pensar, como todos los personajes que quería ser, como el que soy, sin dudas. Y viví bombeando sangre otra enorme cantidad de años.

 

 

Del libro inédito ‘Hypermundos’, de Lien Carrazana Lau. Mención del concurso Luis Rogelio Nogueras, La Habana, Cuba, 2006.