Celia Cruz. (El País)

Nunca fui muy de escuchar salsa, apenas sé bailarla, me pierdo en las vueltas, contrario a lo que cualquier cubano/a, no soy la típica. Pero desde que estoy en el exilio algo me empuja a escuchar salsa de vez en cuando, y hasta a bailarla. Debe ser mi nacionalismo tardío, el reconocimiento de unas raíces que tenía sin percatarme demasiado. Igual no estoy tan lejos de lo típicamente cubano, igual late en el fondo de mi piel.

Un 16 de julio, hace diez años, el mundo de la salsa se quedó sin su reina: Celia Cruz moría en Nueva Jersey, lejos de la isla que la vio nacer, esa misma de la que vengo yo.  En Cuba nunca escuché a Celia, estaba vetada en la Isla, el mutismo que rodea a los que se van se apoderaba de su figura, y pocos la conocían, al no ser los apegados a ese género musical, y cercanos a su generación.

Sé poco sobre su vida y obra, sus grandes éxitos, sus numerosos discos y premios, Celia forma parte de esa otra Cuba “prohibida” para los cubanos de la Isla, esa de la que hoy formo parte todavía sin conocerla bien: la Cuba del exilio.

Podría buscar en internet todo sobre su vida, hay miles de vídeos en YouTube, biografías, entrevistas, libros, artículos, pero prefiero escuchar sus canciones, su voz increíble, llena de energía, de cubanidad, de firmeza y de ¡azúcar! Ella es una diva, como pocas cantantes logran llegar a ser, una estrella del cielo cubano que la dictadura de mi país no dejó brillar sobre la Isla, pero eso no impidió que su talento se paseara por el mundo, y que a través de su voz y su carisma, el nombre de Cuba llegara muy lejos.

Cuando pienso en la muerte de personas como Celia, cuando veo imágenes como las de su funeral, donde cantan su música, porque “no hay que llorar, que la vida es un carnaval y las penas se van cantando…”, siento una alegría inexplicable por venir de una pequeña isla que, a pesar de estar golpeada desde hace tantos años ⎯54 y ¿pa’ lante?⎯, aun sabe sonreír, aunque sea de modo agridulce. Pero también siento una tristeza enorme que, como un fantasma, me persigue, ¿cuántos más morirán sin regresar a una Cuba libre?

En 1990 la reina de la salsa visitó la Base Naval de Guantánamo para dar un concierto a los refugiados cubanos, y se llevó un poco de tierra en el bolso para que al morir se la echaran en el ataúd. Oyéndola cantar Por si acaso no regreso se me nubla el rostro. Celia intuía o había asumido que no regresaría.

Detractora del régimen castrista, expresó que no iba a pedir permiso para entrar al país donde nació, «porque ese país es mío también (…) tiene que irse ese sistema, para ir como yo quiero», dijo la cantante a TVE.

Hace sólo un año Raúl Castro levantó el veto sobre su música, y la de otros artistas del exilio, que han vuelto a sonar en la radio cubana, y de algún modo a regresar a ese país al que pertenecen. Pero el daño ya está hecho, Celia cantó para el mundo entero, pero no volvió a su Habana.

Sus boleros me ponen melancólica, como ella en Siento la nostalgia de palmeras, pero sus guarachas, sones y salsas me llenan de alegría, y eso es, sobre todo, lo que ella quería dar a su público con sus canciones: alegría, que es el azúcar que endulza la vida. Alegría de vivir, por eso ella siempre vivirá como lo canta profética

Oye mi son, mi viejo son
tiene la clave de cualquier generación
en el alma de mi gente, en el cuero del tambor
en las manos del congero, en los pies del bailador
yo viviré, allí estaré
mientras pase una comparsa con mi rumba cantaré
seré siempre lo que fui, con mi azúcar para ti
yo viviré, yo viviré…

(Del tema Yo viviré, Celia Cruz)

Gracias, Celia, por ser un pedazo dulce y brillante de Cuba.