'Basura musical', Lien C. Lau.

Música, música, música siempre

Qué somos sin la música, apenas ruidos andantes. Silencios que respiran.

Necesitamos la música como las abejas necesitan a las flores. Bueno, quizás no tanto, pero es parte de lo que alimenta nuestro espíritu.

Desde los tiempos del fuego, ahí estábamos alrededor de una fogata para cantarle a los dioses o a las doncellas, para animar a las tropas o celebrar las victorias. Los sueños hechos música tienen mejor ritmo, las películas mudas no son tan mudas si un piano les cuenta secretos. 

Cocinamos, andamos, viajamos, bebemos y hasta trabajamos: escuchando música; cantamos en la ducha si estamos felices, y si estamos tristes apagamos las luces y nos tiramos en el sofá o la cama a escuchar ese disco que nos retrata por dentro y por fuera. Ese disco que tarareamos como si se nos fuera la vida en ello.

La música nos inspira si es buena. Si es mala no debería ser llamada música, si es mala nos atormenta (como el eterno reguetón de mis exvecinos habaneros) y despierta sentimientos agresivos, (ganas de romperle las bocinas) y tienes que arremeter con «tu» música y buscas la más agresiva que tengas, (en la Cuba del 2000 un poco de Rage Against the Machine, Marilyn Manson o Red Hot Chili Peppers me valía) aunque nada contrarresta al reguetón, como el agua, por todas partes en la Isla exsalsera y exsonera.

En directo y a todo color, mucho mejor

Vengo de una isla musical, si por algo se conoce a Cuba es porque de ese pequeño país han salido grandes músicos. Bola de Nieve, Benny Moré, Lecuona, Bebo Valdés, Celia Cruz, La Lupe,  Olga Guillot, Arturo Sandoval, Paquito D’Rivera… Lo mejor de nuestra historia musical es que hay nombres grandes o pequeños, pero hay mucha y buena música.

Si quieres hacer un repaso por la música más vintage te recomiendo el programa radial CUBAkústicaFM en DIARIO DE CUBA, con verdaderas joyas musicales, muchas veces desconocidas para el público más joven.

Pero sobre todo te recomiendo escuchar música en directo. Siempre que puedo intento acudir a algún concierto, viviendo en Madrid hay mucha oferta, pero también sube la parada económica. Aun así, tanto propuestas del patio cubano (sea de la Isla o del exilio) como del panorama nacional e internacional, hay donde escoger.

Escoger, de eso se trata

Por Madrid se presentan lo mismo Silvio Rodríguez que Los Van Van, pero desde que me fui de Cuba, y los ojos se me abrieron como pantallas, no puedo ir a un concierto de ellos. Ni de nadie que se sienta mejor que sus coterráneos, que difame del exilio cubano, que esté junto a los dictadores, y se ampare en pretextos «patrióticos» para decir que prefiere vivir en la Isla porque «le canta a su gente».

No puedo. Me fui de Cuba para escoger, y escojo no darle mi dinero a quienes le cantan loas a una revolución que es más bien involución, a quienes viven en La Habana mejor que todos los que le rodean, y ni se detienen a pensar en esos para los que dicen cantar, ni hacen nada por ellos. Porque muchas veces ni cantan.

¿Dónde están las donaciones de los músicos cubanos a los damnificados por el huracán Matthew? Por ejemplo.

Ahora que la Isla decadente está de moda, también está de moda «repatriarse» (infame palabra y concepto), y no son pocos los que han vuelto a la jaula patria tras vivir años en países democráticos (quizás con un pasaporte extranjero en el cajón por si hubiera que huir de nuevo).

Ahora lo que está en boga es tener un estudio en La Habana, presentarse allí, decir que «se vive allí» aunque te pases la mitad del año en el extranjero. Ahora el estatus es ese, y los artistas que se quedaron ven como regresan sus colegas a disputarse con ellos los puestos («ellos, que llevan años aguantando ahí, en la candela»); lo piensan sí, aunque muchos no lo digan. La pugna siempre estará presente porque el mundo de la cultura es competitivo, y porque la sociedad cubana está dividida, aunque los cantos de sirenas digan que «hay cambios», estos son pura superficie, si escarbamos un poco veremos que la desigualdad social se incrementa: quien no tiene familiares en el extranjero y un trabajo bien remunerado, quien tenga que vivir «de la libreta» y el invento, lo pasa peor; los precios de los productos y servicios en la Isla están a niveles que igualan a capitales europeas, y a veces más si atendemos los bajos salarios del cubano medio; a las desigualdades económicas se suman el deterioro de las infraestructuras que están totalmente controladas por el Estado: hospitales, escuelas, acueducto y alcantarillado, red eléctrica, carreteras… La lista es larga y pierdo el ritmo de un texto que quiere centrarse en la música.

Como los músicos del Titanic, el cubano canta y baila mientras el barco se hunde.

Claro que para esos retornados privilegiados que regresan a la Isla con dinero para establecerse y hasta poner algún negocio «hay cambios», «sus cambios», pero estos «cambios» no son masivos, profundicemos para ver qué hay detrás, ¿cómo viven los trabajadores, los campesinos, los profesionales que solo tienen su sueldo como sustento? Con el sueldo debería bastar, claro, si se tratara de uno que no equivalga a 25 dólares al mes. Colocándose Cuba entre los países con los salarios más bajos del mundo.

Ante el artista sin dignidad, que pondera su interés personal y profesional por encima del sufrimiento de su pueblo, se alza el recuerdo de quienes nunca volvieron a pisar la Isla esclava: Celia Cruz y Bebo Valdés, por sólo citar dos nombres.

¿Qué no estamos aprendiendo? ¿Ellos son recalcitrantes? ¿Lo soy yo por no querer pagar por un concierto de Los Van Van?, grupo que ha participado en actos políticos pidiendo la liberación de los cinco espías de la Red Avispa, agentes de la inteligencia castrista que permanecieron por más de una década cumpliendo condenas en Estados Unidos, banda que ha repudiado al exilio que no les aplaude, y luego van a Miami a dar conciertos para recaudar, ¿las críticas no, pero el dinero sí?

La culpa no es de Los Van Van, es de quienes van a sus conciertos sin pensar por un instante en que su actitud es la de la masa acéfala que goza con el «pan y circo» sin importar de dónde venga.

La dignidad no es algo que te otorguen con un permiso de residencia en un país democrático ni con una nacionalidad nueva. La dignidad se tiene o no se tiene. Y esa es una de las mayores carencias del pueblo cubano, dañado antropológicamente tanto dentro como fuera de la Isla inconsciente.

De Cuba me traje discos de Silvio Rodríguez que hoy no puedo escuchar, porque la persona que él es ha matado a su música, y es que acaso ¿es inofensiva y apolítica la música si su autor no lo es, si se usa como banda sonora de la dictadura?

Cuando se es figura pública e influyente, la responsabilidad es mayor a la del ciudadano anónimo, pero aún así, como «ciudadano» a secas, estos músicos han optado por el lado de la balanza que pondera al régimen. Yo en esa conga no bailo. No te pago una entrada. Con mi dinero que no cuenten. Que vayan a cantarle a los hijos de los Castro, a los comunistas del mundo entero, a los descerebrados que no ven en ello ningún problema ético. Porque los demás lo hagan, no lo haré yo. He de elegir, y elijo no ser como la mayoría, que curiosamente es la misma que en ambas orillas mantiene el sistema en pie con su servilismo o su indiferencia.

PROGRAMAS

Para bailar y disfrutar, sobran los músicos…

Quizás lo que falta muchas veces es el dinero, para ir a tantas presentaciones interesantes. No hace falta estar en La Habana para disfrutar de buena música cubana. Pongamos que hablo de Madrid, y sólo en la capital se presentan asiduamente músicos como Pepe Rivero, Yelsy Heredia, la CMQ Big Band, que interpreta canciones de Benny Moré, los músicos de Habana Abierta, y muchos otros artistas que radican en esta ciudad o vienen de paso.

A veces incluso no hay que pagar por verlos. Este fin de semana estuvo Iván «Melón» Lewis Cuartet en la Fundación Juan March, en un homenaje (de entrada gratuita) a Miles Davis & John Coltrane. (El audio del concierto está disponible en la web de la fundación).

También se organizan pequeños ciclos, como el que tendrá lugar del 10 al 13 de noviembre en la sala Berlanga de Madrid: «Cuba en la memoria», donde participan el cantautor Alejandro Frómeta, el jazzista Javier Massó «Caramelo de Cuba”, el joven pianista Luis Guerra y los cantautores Alejandro Gutiérrez y José Luis Medina, entre otros.

La oferta nacional en el exilio es variada, y qué mejor que «hacer un poco de patria» con quienes intentan perpetuar nuestra cultura más allá de los márgenes de la Isla claustrofóbica (sin tener que vender su alma al diablo del castrismo). A esos, yo sí les pago una entrada.