Hoy se cumple una semana de la última vez que tomé el sol al aire libre. No sabíamos entonces que pasaríamos tanto tiempo sin pasear por el parque de nuestro barrio. No sabíamos entonces que no saldríamos a la calle por mucho tiempo, y que la vida nos cambiaría como si nos hubieran arrancado la libertad.
El pasado sábado al volver a casa el Gobierno español decretó el estado de alarma, prohibiendo las salidas que no sean de estricta necesidad. Desde ese día vemos el mundo desde la ventana de internet y del salón de casa, y extraño hasta la más pueril de las rutinas en la calle.
Si bien es cierto que ya estoy acostumbrada a estar en casa (mi pareja y yo trabajamos aquí), a lo que no me acostumbro es a no poder salir de ella para divertirme: extraño visitar museos, parques, plazas, restaurantes, terrazas, llevar a nuestro hijo de paseo, verlo correr y tocar el mundo. TOCAR EL MUNDO, eso ahora está prohibido. No tocar, es el cartel que cuelga sobre el mundo.
La primavera llegó este viernes, pero viene disfrazada de invierno (¿o debería decir de infierno?). Llevamos días de cielo gris sobre Madrid. Ahora incluso llueve. Madrid, extraño tus calles llenas de gente, tus barrios con hipsters, turistas, emigrantes y familias, tu vida bulliciosa y vibrante.
Por las mañanas escucho la radio, es la hora en que me informo preparando el desayuno. Luego desconecto de España y me conecto con Cuba: trabajar en un medio de comunicación cubano me hace estar a veces más pendiente de una realidad que me queda lejos, pero que vive pegada a mis venas. Allí nací, allí vive mi madre, aquel es mi país aunque no tenga ni pasaporte cubano, aunque no lo pise desde hace más de 13 años. Me sigue doliendo Cuba, mi miembro amputado.
Esta pandemia mundial ha llegado también a la Isla, y se me encoge el corazón de pensar en el destino de mi país ante esta crisis que tiene a países del Primer Mundo contra la pared. Si España, con un sistema de salud pública eficiente (al menos mil veces mejor que el cubano) ha colapsado con la crisis del coronavirus, ¿qué pasará en Cuba?
En mi país el deterioro del sistema de salud es brutal, los hospitales se caen en pedazos, no hay medicamentos suficientes, el personal trabaja sin los materiales y el avituallamiento correctos, las camas son insuficientes, los baños están rotos y sucios. Cuba sufre una crisis severa que el régimen ha bautizado como “coyuntural”, pero no se ve el fin de la coyuntura todavía: el agua corriente escasea, no hay productos de aseo en las tiendas, grandes aglomeraciones para comprar comida que también escasea y es cara, colas para subir a un autobús, colas para todo…
Pensar en Cuba me enajena casi todo el día de pensar en España, pero a las 9 PM pongo el telediario y la realidad me golpea, más y más casos positivos nuevos, Madrid es la comunidad más afectada, más y más muertes. El miedo se huele en el aire.
Los autobuses circulan casi vacíos, con algún pasajero llevando una mascarilla. Mi hijo corre a mirar algún tren que pasa a lo lejos, cuenta los coches, ahora uno rojo, otro negro, ahora un taxi. Por suerte ha dejado atrás lo de coger sus zapatos y dármelos para que se los ponga porque quiere salir. Hemos escondido la silla de paseo porque la cogía en mismo ademán de buscar la puerta. Tiene dos años, no habla mucho, pero está empezando a aceptar esta extraña situación. Aunque no lo entiende, por más que le explique, no entenderá por qué no puede ir al parque infantil a tirarse del tobogán, por qué no puede ir a la escuela a jugar con sus compañeros de aula, por qué no puede ir a desayunar a la cafetería de siempre, por qué no se puede ni bajar al patio común del edificio…
Muchos estaban ante el dilema de qué hacer en este aislamiento. Yo ese conflicto no lo tengo, porque apenas tengo tiempo. Entre cuidar a mi hijo y trabajar en DIARIO DE CUBA (más horas que lo normal porque los medios lejos de parar intensifican su labor), apenas tengo tiempo de sentarme en el sofá y escribir esto. Apenas tengo tiempo de pensar en leer, en ver una serie, en ordenar el armario. Se acumulan las tareas domésticas mientras nos inventamos cada día como entretener a nuestro hijo, montando campamentos improvisados, creando juegos que alguna amiga con niño nos manda por WhatsApp, y trabajando, mucho, mucho, para que la información de Cuba llegue a todos los cubanos que hoy miran a la Isla con preocupación e incertidumbre.
Así pasan los días, que son un día largo, mientras soñamos con recuperar nuestro estado de bienestar, mientras valoramos cada cosa sencilla que hacíamos cuando no teníamos ni idea de que un virus nos iba a arrebatar eso que hasta entonces llamábamos vida cotidiana.
Mientas nos quedamos en casa, porque es lo que tenemos que hacer ahora si queremos que esto acabe. Es lo que toca: quédate en casa. Y disfruta también de eso, de tener una casa en donde quedarte.
1 Pingback