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El miércoles 11 de marzo fue el último día que mi hijo asistió a la guardería (escuela infantil de 0 a 3 años —jardín de infantes en otros países, circulo infantil en Cuba—). Ese día la Comunidad de Madrid cerró colegios y universidades, tanto públicos como privados, para evitar la propagación del coronavirus.

El Gobierno regional adoptó esa decisión después de que la cifra oficial de contagiados se triplicara de 202 a 578 y el número de fallecidos pasara de ocho a 17 en apenas 24 horas.

Pero no se vivía aun un clima de alarma social, aunque ya se notaba el ambiente enrarecido. Ese día, antes de recoger a nuestro hijo en la escuela, mi pareja y yo fuimos a comer en el restaurante del barrio, que siempre está lleno de oficinistas tomando el menú del mediodía, pero apenas había mesas llenas. Los camareros empezaban a pensar que la clientela mermaría. 

El jueves estuvimos por la tarde con nuestro hijo en el mismo sitio, antes del atardecer, a tomar una cerveza. Uno de los camareros estaba preocupado porque el teletrabajo de los oficinistas los dejaría a ellos sin trabajo. Apenas pusimos 30 menús hoy, nos dijo. Ese día también fue la última vez que estuvimos en la pizzería del barrio, a la que vamos una vez a la semana a cenar. El encargado nos conoce y le pone a nuestro hijo dibujos animados en una enorme tele, casi siempre estamos solos porque vamos muy temprano, nos tratan muy bien y nos pone aperitivos extra. Da gusto ver a nuestro bebé decir “pizza, pizza” cuando llega a la mesa, y comerla emocionado.

El viernes fue la última vez que llevé a mi hijo al parque infantil de la esquina de casa, por la mañana. Solo estábamos nosotros y otra madre con su pequeño de un año y medio. Conversamos mientras balanceábamos a nuestros hijos en el columpio. Luego vi a una vecina embarazada con su hija, saludé de lejos y me fui detrás de Mael, que le encanta recorrer el barrio pasando la mano por muros, subiendo y bajando escaleras, corriendo por el parque arbolado.

Extraño llevarle a jugar, aunque confieso que antes me abrumaba un poco porque en las tardes se llena muchísimo, ya que mi barrio es un hervidero de familias jóvenes con niños pequeños. No soy dada a la conversación entre madres, me agobia ese contacto social. Pero ahora ojalá pudiéramos ir. Ojalá ver a Mael tirarse del tobogán. 

Mi hijo este miércoles 25 de marzo cumple quince días sin ir a su maravillosa escuela, una escuela pública que construyeron justo en la esquina de nuestro edificio poco después de él nacer. De hecho, los niños del barrio la estrenaron, juguetes nuevos casi todos de madera, libros hermosos y patios en cada aula, un sueño de escuela con un personal atento y cariñoso, y un chef que prepara cada día menús saludables —a los padres nos envían por correo ese menú del mes—.

Mi hijo es tan feliz allí, no llora cuando lo dejamos, a veces se demora en el camino a volver a casa porque se entretiene en los pasillos llenos de juegos. Sé que extraña la escuela aunque no lo sepa decir, pero ¿qué pasará cuando vuelva a abrir? Quizás él vuelva a sentir el trauma de la separación que cuando lo dejamos por primera vez allí, quizás llore, tan apegado a mí y a su padre en estos días extraños de confinamiento. 

Me da tristeza que no pueda jugar con sus compañeros, que pase los días sin ver a un igual, a otro/a niño/a con el que interactuar en códigos similares. Un golpe a su sociabilidad.

El filósofo y profesor universitario César Rendueles señaló en una entrevista a El Confidencial “el enfoque tan adultocéntrico que está teniendo esta crisis” en España, donde las medidas del Gobierno han ignorado a los niños.

Entre las medidas que tomó el Gobierno español ante el avance del coronavirus está permitir que los dueños de mascotas salgan a la calle. “En España hay 13 millones de mascotas registradas, más que niños menores de 15 años. Simplemente se confía en que esas personas actuarán con responsabilidad y no abusarán de ese privilegio”, dice Renduales.

“En el caso de las madres y padres de niños no se ha tenido esa confianza. No se ha permitido, por ejemplo, que los niños salgan a pasear diariamente unos minutos con todas las medidas de seguridad que sean necesarias: de uno en uno, acompañados de cerca por un adulto, en cierta franja horaria, respetando la distancia de seguridad, sin usar parques ni zonas comunes… Tal vez ni siquiera se ha tomado en consideración esa posibilidad”, señala y menciona otros países del entorno europeo como Francia, Bélgica, Suiza o Austria donde han optado por otras regulaciones más atentas a la infancia. 

Yo sé que debemos quedarnos en casa, que este virus se está cobrando muchas vidas, pero sé como madre que mi hijo necesita salir a tomar el sol, a respirar aire puro. Me entristece mucho esta situación, imaginar a 7 millones de niños españoles ahora mismo recluidos en sus casas, muchos de ellos no tendrán la suerte de mi hijo, de tener al menos un gran ventanal por donde entra la luz y se puede ver el mundo. Algunos vivirán en pisos pequeños, sin luz natural, sin espacio para jugar.

Mientras, en Cuba este lunes se tomó la medida que clamaba gran parte de la ciudadanía: el cierre de las escuelas en todos los niveles de enseñanza. Sin embargo, el régimen decidió dejar abiertos los círculos infantiles, una decisión que me parece peligrosa e irresponsable, sobre todo teniendo en cuenta que los bebés y niños pequeños no son conscientes de los cuidados y medidas de higiene que hay que tener ante esta pandemia. Aunque las autoridades indiquen que se velará por mantener la higiene de los menores y sus juguetes, en un país en crisis de productos de aseo donde hasta hace poco pidieron a los padres que los niños llevaran un pedacito de jabón a la escuela, es que no me lo creo. Siguen poniendo en riesgo a la población.

Los extremos son malos porque terminan pareciéndose. Hay mañanas en las que me cuesta más asimilar que no tenemos libertad de movimiento. Miro afuera y me imagino corriendo con mi hijo por el parque, entre los árboles, al sol, y esa idea hiere, porque era algo cotidiano y ahora no sé cuando lo volveremos a hacer. Ojalá sea pronto.

Por ahora, nos quedamos en casa: día 11 de encierro total.

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Mael en uno de los parques del barrio, antes del estado de alarma.

Covid-19 en España: Lee la primera entrada de mi diario de confinamiento: Una semana de encierro