
“La levadura es el nuevo papel sanitario”, decían hoy en la radio. Es decir, ahora lo que escasea en los supermercados españoles es levadura y harina. Esto se debe, dicen, a que la gente está haciendo pan en su casa.
Imagino a mucha gente experimentando, y sacando del horno unas cosas más o menos comibles, según la destreza del personal. En casa aun no nos ha dado por hacer pan. El otro día L. vino del mercado y me dijo que no había harina, mejor dicho, no había harina barata, Gallo o de marca blanca, que solo vale centavos. Pero sí la que compramos nosotros, que es integral, de trigo sarraceno y vale unos cuantos euros. Con ella hacemos pizza, una vez a la semana, desde antes del confinamiento. Pero hemos aprovechado estos días y le enseñamos al niño a hacer pizza. Mael preparó su propia porción, la vistió con tomate, mozarella, salmón y al horno. Me encantó verlo comerse su propia minipizza, aunque luego, claro, atacó la nuestra. (Lo conté en mis historias de Instagram, allí también relato nuestro aislamiento en imágenes.)
Aunque las pizzas en casa siempre son infinitamente más ricas, extraño ir a comerlas a la pizzería, porque lo que extraño es ir.
Hoy el día amaneció hermoso, de cielo azul total, sol radiante que cubría todo de luz, y dolía mirar a fuera porque no se puede salir. España está en prisión domiciliaria. Y estará así, dicen, hasta fines de abril, pues prorrogarán más el estado de alarma, pero ya en casa empezamos a creer que estaremos encerrados hasta el verano. El enfado crece dentro de mí como la mala yerba. Nada podemos hacer, ni pedir cuentas al Gobierno español por su excesivo paternalismo y su recorte radical de libertades. Hay quien critica a los que criticamos. Dice Alberto Olmos en Twitter: “Creo que criticar al gobierno es un poco más elevado de miras que criticar a los que critican al gobierno”, y tiene razón.
Hoy me preguntaba qué pasa con los españoles, que un virus les ha infundido tanto miedo que dejan el destino de sus vidas en manos del Estado, sin cuestionamientos, acatando… Porque el Gobierno está aconsejado por científicos, ¡pues que gobiernen los científicos! Pero yo venía a hablar de supermercados. Lo juro.
Yo no pinto ni doy color en España, solo soy una residente extranjera. Solo pago impuestos, la cuota de autónoma puntualmente, y soy de las pocas que puede decir que este mes no le duele porque he facturado. No así muchos autónomos, con personas a su cargo, que encima de no estar facturando, tienen que seguir pagando cuotas de la Seguridad Social, porque este Gobierno no se preocupa por ellos. Por eso en España no se puede crear un negocio. Pero, repito, yo venía a hablar de supermercados.
En el Hipercor hicieron un ERTE, me dice mi marido que ha vuelto de hacer la compra, y ahora no hay casi trabajadores, me explica. Eso sí, la diferencia entre el Hipercor y el Simply de la esquina es que en el primero no entras si no te pones guantes y tienen gel desinfectante en la puerta, en el segundo, sálvese quien pueda.
Extraño ir al supermercado a por unas cervezas, o pararme en la estantería de los vinos y escanear botellas con la app de Vivino hasta dar con una que tenga 4 puntos de excelencia según sus usuarios. Extraño que vayamos en familia y montar a Mael en el asiento del carrito del súper, que vaya contento, y los empleados que ya lo conocen lo saluden. La panadera le deje abierta la bolsa del pan de centeno y allí mismo le demos un pedazo. Extraño la más elemental de las rutinas, la vida que teníamos antes del encierro. La vida que no sabíamos que de un día a otro podríamos perder.
¿Podría ser peor? Claro, siempre puede serlo. Es una reflexión que no ayuda en nada.
El viejo vagabundo rumano sigue acampando en el portal de la peluquería. Dice L. que ahora hay más homeless. Han terminado por salir de todos los agujeros y acampar en los portales aledaños a la avenida. El ejército pasó hace unos días desinfectando los portales, pero nada más, no se los llevan a un lugar seguro. De hecho leí en la prensa que desalojaron a 80 sin hogar que vivían en el aeropuerto, y no les ofrecieron un lugar donde pernoctar. Para la administración son invisibles. ¡Y eso que es un gobierno socialista!
Ahora el mundo es de ellos, los vagabundos, que no le temen al virus porque la muerte los persigue más que a nadie, aunque… La muerte nos espera a todos, cómodamente sentada en su sofá. No temamos morir, si logramos vivir como pensamos que debemos vivir. Uf, qué complejidad. Lo dejo por hoy. Puede que las secuelas del encierro se noten ya también en mi escritura. Gracias si llegaste hasta el punto y final.
Día 21 de confinamiento: Madrid es solo una ventana a una avenida vacía por donde pasan autobuses vacíos. Para mí vivir como debo es comprar harina de calidad para que mi hijo se coma la mejor pizza: la que le hace su papá.
Deja una respuesta