Hace días Time dio a conocer los resultados del Top 10 de los gobernantes mundiales peor vestidos en la que ocupaban puestos claves Pinochet, Morales, Castro y Chávez ¿Por qué hay tantos mandatarios de América Latina entre los peor vestidos? (Por pobres seguramente no).
Y algunos dirán: Vaya tema superficial, qué más da cómo se vistan o se dejen de vestir… El tema de la indumentaria o «la moda» suele ser asociado con la frivolidad aunque todos solemos ir vestidos por la vida y a muchos nos gusta escoger con mimo cada prenda que vamos a usar. Lo de «la belleza está en el interior» ¿alguien se lo cree realmente? Quizá si lo dice un invidente cobre real sentido, pero los que vemos para creer como modo de descubrir el mundo sabemos que lo que no entra por los ojos…
Aunque no sea suficiente con el cascarón, vista hace fe. Nuestro aspecto dice de nosotros, nuestros rasgos faciales, el peinado, la elección (o no) de nuestra vestimenta, la imagen es un eco visual de cómo somos. (No lo he leído en ninguna revista del corazón, pero seguro vendrá en muchas como preámbulo para vender la última tendencia, no se preocupen, no voy a venderles nada…).
Cuando llegué a España tenía el temor de sentirme mal vestida entre la multitud que pululaba por el kilómetro cero de Madrid, para mi sorpresa me confundí fácilmente entre la gente; en La Habana tuvieron esa misma impresión al ver la foto que les envié, (no estaban las topmodels frente a la Puerta del Sol, lástima). Ciertamente en Madrid hay de todo, exóticas mujeres supermaquilladas, góticos y emos salidos de los cómic más impensables, las típicas chicas de temporada con peinado bolso balerinas argollas iguales, los emigrantes que aportan su estilo según la región (desde saris hasta ponchos) y la gente que se viste como puede, que a veces está muy lejos de ser «como quiere».
En Cuba el fenómeno de «vestir como puedas» es el pan nuestro de cada día. Con salarios de 400 pesos cubanos, 16 CUC al mes (unos 12 euros) es imposible que un cubano de a pie se compre ropa en las tiendas cuando un pantalón puede costar más de un mes de trabajo y un par de zapatos dos. Aún así hay tiendas de Adidas y a los cubanos les encantan las marcas. Yo deseaba cuando vivía en La Habana que mi madre me comprará unos Converse, con mi ingenuidad hacia el mundo del consumo desconocía que unos «simples tenis» podían costar hasta 80 euros. Tuve que conformarme con imitaciones, con vestir lo que buenamente ella me pudo regalar. El ciclo se repite, mis amigas heredaron mi ropa cuando me fui de la Isla, yo los abrigos de otros cuando llegué a España. ¿Se puede entonces juzgar a alguien por su ropa?
Definitivamente sí. Incluso cuando no podemos elegir esa condición está dando otro signo sobre nosotros. Por eso a veces juzgar a la ligera puede ser fatal. Por eso es imperdonable el mal gusto cuando se puede elegir. Por eso molesta que algunos hagan de la indumentaria otro modo de adoctrinamiento. Odiaré para siempre los uniformes azules del preuniversitario (que pronto, espero, desaparezcan). Guardaré sin remedio mi pañoleta roja como una cicatriz de infancia. Recordaré que mi primer jeans costó 1 700 pesos cubanos en la inflación de los noventa (fui de las pocas privilegiadas que lo pudo comprar, pero qué feo era tan abombachado). Sabré lo que cuesta ganar cada euro que hoy me logre gastar, pero me quedo tan a gusto cuando puedo elegir, hasta donde el bolsillo deja, pero elegir.
Por eso me resultan tan penosos esos políticos que en su afán populista visten ridículas imitaciones de la indumentaria del vulgo, traje tipo inspector de mosquitos, pero con etiqueta Armani, chandal con la marca del «enemigo» bien estampada, eso sí los colores patrios siempre presentes; el rojo para encandilar la vista con un comunismo trasnochado y mal vestido que hay que tener muy mal gusto para secundarlo. Y lamentablemente esa moda se está extendiendo por Latinoamérica. Hace falta un sastre urgente.
Para los que no pudimos votar en Time (y reírnos del mal gusto político siempre hay segunda vuelta), y estos los resultados:
Hugo Chávez, por Venezuela, el hombre monocromático, su estilo más afocante.
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Fidel Castro, por Cuba, del verde olivo al chandal, pero Adidas forever.
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Evo Morales, por Bolivia, para que nadie niegue que es boliviano de pura cepa.
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Manuel Zelaya, por Honduras, este vaquero con mostacho promete…
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Fernando Lugo, por Paraguay, es un modelo latinoamericano en toda regla.
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