Sí, lo reconozco, estoy en "blanco y trocadero" como me dijo jocosamente una amiga por correo. No consigo escribir. Y no es de ahora, es de hace rato. Tengo la mente ocupada en muchas cosas, y/o es tiempo también de enfocarme en otras aristas medio abandonadas de mi vida.
Lo cierto es que los blogs tienen ese puntico de periodicidad, que si no lo mantienes pierdes el interés que puede generar en las personas que te leen. Al final ocurre igual que en otras esferas de la vida. En las relaciones humanas, por ejemplo, cuando el contacto va siendo cada día más distante, cuando la pereza nos gana y en vez de llamar a un amigo preferimos mandarle un mesajito por Facebook, cuando aplicamos el "dejar para mañana" y mañana no termina de llegar nunca… Los cosas se van muriendo. A veces no hay más remedio que dejarlas agonizar hasta el letargo; pero si de verdad importan: no podemos dejar para mañana lo que tenemos que hacer hoy.
Llaméenme fatalista si quieren, pero en muchas historias a veces no hay "mañana". La muerte es quizás el ejemplo más evidente. No tengo mucha experiencia en la materia (obviamente porque estoy viva), pero ya sé me han muerto algunas personas en mi vida y no he podido evitar sentir que se han quedado muchas cosas por decir, abrazos por dar. No pienso mucho en la muerte, no pienso en ella casi nunca, soy incapaz de asomarme al cristal de un ataúd, no entiendo los ritos funerarios, me desagradan los velorios, pero inexplicablemente solían gustarme los cementerios.
En mi época de estudiante de arte visitaba el viejo cementerio de Trinidad. Recuerdo especialmente una tumba muy sencilla, a ras del suelo la enorme placa de metal con el nombre (que he olvidado) y la fecha cerrada. Un cortísimo espacio de tiempo en el medio. La tumba de un adolescente. No sé explicar porqué, pero dejé alguna que otra flor sobre aquel sepulcro desconocido.
En una burda y rápida apreciación, podemos decir que en los cementerios la gente reafirma su condición de vivos. Lo curioso es que en mi caso, aunque respeto los rituales de cada quién, las flores que se cambian cada cierto tiempo, las plegarias frente a la cripta, no comparto esa filiación a ser enterrado en una caja bajo tierra para que otros vengan a tu tumba a sollozar cosas que no podrás oír porque estás muerto.
A veces morimos en vida, quién no tiene su particular lista de fallecidos, esos que por un motivo u otro, han dejado de formar parte de tu realidad, o los has expulsado de ella. Hay muertes que causan alivio en vez de dolor, reconozcámoslo, es tan cruel como humano, pero alguna vez hemos deseado la muerte de alguien del mismo modo que hemos mantenido vivos a muchos en nuestra memoria. El olvido es una forma de muerte. Entre los escombros del recuerdo hay cadáveres vivientes.
Cada vez que un amigo o conocido "desaparecía" de La Habana, y reaparecía en cualquier punto del mundo mandando un escueto correo, una fotografía, era como comunicarme con un espíritu. Hoy yo soy el espíritu para mis amigos en la Isla, la única constancia de mi vida les llega por correo (cada vez menos, porque no estoy exenta del pecado de olvidar lo que no debe ser olvidado); pero esto ya lo sabía antes de emigrar, la verdadera muerte en vida es la imposibilidad de moverte de sitio, la forzada privación de libertad, el e-mail impuesto ante el abrazo físico. Tengo la sensación que este tiempo recobrado desde este lado del mundo y lejos de Cuba, es una manera de revivir, pero a la vez de morir para ese mundo al que ya no pertenezco.
Leí en alguna parte que existimos porque alguien nos recuerda. Y sé que suena metafísico y poético, pero hoy quiero no olvidar a Marcelo, y su particular mundo literario, a Evelyn con sus picantes chistes y su forma desenfadada de ver la vida, a Ermis, ángel y demonio de esa Habana de mi primera juventud, a Ana Ofelia que queriéndolo o no, me acercó a los orishas, al chino que da igual si pasan dos años o cien, si le veo le abrazaré largamente; a tantos otros que están estampados en mi memoria y a quienes hoy no puedo decirles de otro modo que en estas frías letras: Estoy aquí. Aún espero el día del reencuentro. Y lo voy a vivir. Sé que esa Isla no será toda la vida un mausoleo.
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