Obra de Ángel Delgado.
Obra de Ángel Delgado.

 

El viceministro de Cultura Fernando Rojas declaró el pasado miércoles a la agencia AP que han decidido incorporar regulaciones anexas al Decreto 349, «para suavizarlo» —entonces es que está duro, ¿verdad?. El funcionario agregó que, en su opinión, «hay grupos más interesados en dañar el país que discutir seriamente» —¡dañar al país, ese niño indefenso, esa mujer maltratada, esa víctima… bueno, esto último puede que sí, pero no precisamente de quienes señala el viceministro.

¿Hasta cuándo se seguirá usando a Cuba como cuerpo agredido para acusar a cualquiera que disienta del régimen? El Régimen. No el país, no la patria. El (des)gobierno cubano, sus dirigentes e instituciones, y su entramado burocrático, su brazo policial, su aparato de vigilancia, su escuadrón de represión rápida, su Seguridad del Estado, su ejército de chivatos, sus afiliados, su séquito de acomodados profesionales oficialistas, su corte de privilegiados, sus cederistas destacados, su chusma dispuesta a linchar por un pan con jamón. 

Cuba, señor viceministro cultural, somos todos, no solo ustedes. Cuba también son los cuentapropistas cansados de que les pongan cada vez más obstáculos para llevar adelante sus negocios, los médicos esclavizados que deciden escapar antes que seguir regalando su trabajo, las madres que no tienen qué darle de comer a sus hijos, los ancianos que sobreviven con una libreta de (des)abastecimiento, los presos que aun no han sido condenados por robar un saco de harina, protestar en una plaza o cantar un rap contra el Gobierno. Cuba son los opositores que decidieron quitarse la venda en un país donde casi todos se hacen los ciegos. Cuba somos los que nos fuimos, pero la llevamos en el ADN, en la mente y en el cuerpo, porque nos formamos con su legado cultural, corrimos en sus calles maltrechas, soñamos en sus noches tropicales y nos movilizamos con sus problemas.

No use más el nombre de Cuba para dividirnos, señor Rojas, representante cultural de los verdugos que mantienen a Cuba sumida en la miseria, la falta de libertades y la opresión.

La estrategia de siempre: menospreciar a quien se opone

En la batalla por deslegitimar a quienes se oponen a este decreto desde la oficialidad se han publicado numerosos artículos, entre ellos me llamó la atención un texto del periodista Mauricio Escuela en el que afirma que “algunos (muy pocos) de los artistas que integran la campaña contra el Decreto 349 son graduados de ese sistema de enseñanza gratuito y de alta calidad” —es evidente que el señor Escuela no ha investigado mucho sobre quienes nos oponemos a esta resolución, más de 200 firmas dan fe de lo contrario en la carta «Sin 349» que se ha hecho pública por estos días en internet. 

Además de las caras más visibles de la oposición a la campaña (Tania Bruguera, Luis Manuel Otero Alcántara, Yanelys Núñez, Amaury Pacheco…), «Sin 349» reúne a creadores e intelectuales de diversas generaciones: artistas como Carlos Garaicoa, Rocío García, Luis Gómez, Sandra Ceballos, Flavio Garciandia, Henry Eric Hernández, Leandro Feal, Hamlet Lavastida, Celia González, Javier Castro, curadores como Magaly Espinosa, Gerardo Mosquera, Orlando Hernández, Suset Sánchez, Frency Fernández, Iván de la Nuez, cineastas como Carlos Lechuga, Armando Capó, Miguel Coyula, Carlos Quintela, diseñadores como Pepe Menéndez y Laura Llopiz, escritores como Marcelo Morales, Legna Rodríguez Iglesias, Ernesto Santana, Carlos Manuel Álvarez, y un variado grupo de personas vinculadas al gremio artístico, incluso estudiantes.

Pero el periodista oficialista insiste: «El rechazo al Decreto 349 (…) no ha contado con el apoyo de un Premio Nacional de Literatura, de Artes Plásticas, de Radio, de Televisión o de Periodismo», y otra vez se equivoca, en el documento «Sin 349» aparecen al menos dos Premio Nacionales de Artes Plásticas: José Ángel Toirac (2018) y Pedro Pablo Oliva (2006).

Me puse en contacto con Toirac para conocer su opinión y desmentir esta farsa institucional que intenta vender una imagen de la oposición al 349 como «un grupo de contestatarios sin carrera artística» —contrarrevolucionarios al servicio de una potencia extranjera, el cuento de siempre.  

Toirac me confirmó, en entrevista para DIARIO DE CUBA, que firmó esa carta: «Yo sentía que era mi responsabilidad como artista no estar de acuerdo con una cosa que está mal formulada. Pienso que Cuba tiene que organizarse, pero no organizarse dando bandazos. Me parece que este decreto fue un bandazo», opinó el creador.

«Aquí cada cual tiene que dedicarse a lo que le corresponde, yo como artista, lo que me corresponde es protestar porque me afecta, a mí no me corresponde arreglarlo, es responsabilidad de otras personas, y si se hace de manera colegiada pues mucho mejor. Pero la responsabilidad de los artistas es hacer preguntas, no dar respuestas, las respuestas le tocan a otros, uno es artista, uno no es funcionario ni abogado», señaló.

Si tenemos en cuenta la casi nula cultura de la protesta que hay en Cuba, y menos entre el gremio de la cultura, que una figura con un Premio Nacional manifieste su apoyo a quienes se oponen al decreto es una buena noticia —aunque haya gente paranoica que piense que es un signo más de la orquestación del régimen; ¡por favor! dejémonos de fantasmadas, me consta porque fui su interlocutora que Toirac no se esperaba mi llamada ni había preparado un discurso al respecto. Sus declaraciones me parecieron sinceras. En la línea de una persona que vive en Cuba y mantiene una relación con las instituciones, COMO LA INMENSA MAYORÍA de los artistas residentes en la Isla, pero podríamos en vez de demonizar al señor Toirac porque no ataque a los funcionarios, agradecer que se ponga en las filas de los que protestan. Podríamos…

En todo caso, ahí está su opinión como prueba de que no se trata de unos improvisados, que hay mucha gente valiosa entre los demandantes de la derogación de esta normativa que este viernes el ministro de Cultura se apuró a declarar en la Mesa Redonda que «debe ser aplicado de manera progresiva», aclarando que trabajan en normas complementarias y que de momento el Decreto no se aplicará en galerías privadas y estudios de grabación particulares en tanto el Ministerio de Cultura elabore propuestas para «establecer una relación legal con esos espacios en consonancia con la política cultural del país».

No obstante, los funcionarios han dejado claro que este decreto «refuerza la autoridad del Ministerio de Cultura» y «actúa en el mundo de la circulación y comercialización, y establece el marco para que se cumpla la legislación ya existente con respecto a la comercialización del arte en los espacios públicos».

De modo que volvemos a Toirac y un punto interesante de sus declaraciones que recoge creo el sentir de muchos creadores de las artes visuales, y es el tema de la distribución. «Para el arte contemporáneo el proceso de distribución es también responsabilidad del artista, entonces, se formula pensando en que no es una ley que limita la creación artística, pero depende de qué tú entiendas por creación artística y hasta donde llega tu responsabilidad como creador. No estamos en el siglo XIX donde yo pintaba en mi torre de marfil, donde yo me moría de hambre y no me importaba. Yo no soy Van Gogh, estamos hablando de arte en el siglo XXI, donde para un artista es un compromiso socializar sus ideas, y sé que es un proceso de negociación, y si es un proceso de negociación, esa ley me tiene que proteger y apoyar mi creación, no cortar mis alas. Ni puede ser un pretexto para que determinadas personas o funcionarios, o los que van a aplicar la ley más adelante, me limiten la creación. Eso es inaceptable», señala Toirac.

Es evidente que detrás de estas medidas está el afán recaudatorio de las autoridades, y puede ser comprensible que se quiera regular en este sentido —en todas partes del mundo los creadores pagan impuestos por la comercialización de su trabajo— pero como señalan los firmantes de «Sin 349», la imposición del Registro del Creador como figura legal es una camisa de fuerza para los creadores. «Esa regulación debe estar en una institución cuyo interés sea puramente económico, libre de toda connotación de contenido y de cualquier juicio de valor artístico», señalan.

Como ya alertó Cubalex, «el decreto limita el acceso igualitario al trabajo digno a todas las personas. Instituye el trabajo forzado, al obligar a los artistas a calificarse y a establecer vínculos con una institución estatal, para obtener remuneración por su trabajo».

Por mucho que los funcionarios insistan en que este decreto no ataca la creación artística, esta se verá perjudicada, limitada y puesta en tela de juicio por una brigada de inspectores —que a saber qué calificación poseerán para implementar las medidas. Además, las fuentes de ingresos de los creadores se verán perjudicadas así como el acceso a vías de financiación alternativa para la creación de sus proyectos. En resumen, el Decreto 349 es un corsé gubernamental para controlar la cultura y dictaminar que «dentro de la Institución todo, fuera de la Institución, nada«.  

Represión, el pan de cada día

Este decreto ha sido el pretexto para reprimir a un grupo de creadores que se manifestaron pacíficamente por estos días en La Habana. Esto despertó una ola de solidaridad mundial, tanto de cubanos en cualquier parte del mundo como de prestigiosas instituciones culturales como el Tate Modern y el Fondo Príncipe Claus. Numerosos medios de comunicación internacionales se hicieron eco de esta desafortunada noticia. 

Finalmente los artistas fueron liberados, pero la advertencia de que oponerse al régimen significa ser castigado es evidente. 

Si bien la represión es habitual en la Isla, no por ello es menos condenable, no podemos hacer que la falsa «normalidad» nos impida condenar y movilizarnos contras las injusticias. 

Habrá quien crea que es poco efectiva esta lucha por las «libertades artísticas» cuando las libertades como ciudadanos no están cubiertas, cuando un proceso de reforma constitucional en marcha restará más derechos y restringirá aún más a los cubanos. Pero quién está capacitado para decirle al otro por lo que tiene que luchar. Si no solo protestaran los taxistas privados y los artistas, si cada uno luchara en su pedacito por los derechos que estime conveniente, si los trabajadores decidieran un día no ir a trabajar, simplemente paralizar el país sin moverse de la cama… ¿Qué pasaría? 

Quizás estamos esperando la gran protesta contra el régimen y todo no se trate más que de pequeñas protestas que poco a poco desencadenen un gran descontento popular. Ojalá este despertar ciudadano llegue pronto, y Cuba termine de cambiar. 60 años de dictadura son —para muchos— una vida entera sin libertad. Ningún pueblo se merece eso.